Las historias de los viejos tiempos consumen sus dilaciones. Aquella avenida atascada de coches simplemente perturban su inexistente estabilidad emocional. En lo absoluto: no extrañaba esa vida. El coche de enfrente avanza unos pocos metros para luego detenerse. Un carajo. Aunque…
¿Cómo enfrentas el hecho de lo finito e inocuo? Como las gotas de lluvia que caen incesantemente sobre el vidrio delantero. Una situación paradójicamente normal; pero llena de un trasfondo lleno de exuberante privilegio.
Los pensamientos no tienen ningún sentido, ni la soledad, ni sus anhelos más profundos. La vida solo es lo que es: una casualidad. La mera existencia solo se resumía al caos. Las interacciones, los sentimientos humanos, la desolación; solamente resultados del cerebro de unos entes que se vanagloriaban de su vago entendimiento de las sustancias, como diría Spinoza.
Así funcionan los recuerdos:
cuanto más lejos están,más queman.
Y cuando uno se da cuenta,el mundo entero ya está en llamas.
«Adiós al frío», Elvira Sastre
Probablemente, todo se resumiría a un dilema falaz y sencillo; pero entonces, ¿por qué vivir?, ¿por qué levantarse cada día? La vida se ha vuelto una monotonía sin sentido. ¿Realmente? Una cuestión con carencia de magia.
La historia la escriben los vencedores, claramente. ¿Pero era un vencedor? Lamentablemente, no. La vida solo había sido una corriente de coincidencias no correlacionadas. De amores nunca empezados y de desdichas platónicas.
La muerte acechaba cada vez más cerca. Como nihilista ni siquiera debería ser un motivo para inmutarse, ¿pero quizás sí? Quizás el tiempo de decir adiós había llegado.
Como el comienzo al reencuentro con el cosmos. Como el final de la tragedia y el principio de la verdadera historia.
El sonido del claxon del coche de atrás lo devuelve a la realidad. La vida continúa.